Los apóstoles transformados por la acción poderosa del Espíritu Santo, hablan una lengua nueva: la lengua del amor, del amor de Dios por todos los hombres que ha hecho maravillas para ellos en Jesús.

Ése testimonio atrae a la gente, todos quieren vivir la alegría que éste acontecimiento ha producido en los Doce. Y Pedro los invita: ¡Vengan, crean en Jesús!, y reciban el bautismo y el Espíritu Santo. Así nacerá la Iglesia de Jesús, obra del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Jesús había prometido que los discípulos serían “bautizados” con el Espíritu Santo como “fuerza de Dios” para poder dar testimonio hasta los confines de la tierra.

El día de Pentecostés cumple su promesa y envía de junto al Padre el Espíritu Santo prometido, transforma profundamente a los apóstoles y los llena del fuego de su amor.

Una vez que Jesús ha resucitado y subido al Padre, confesamos en el Credo que “está sentado a la derecha del Padre”. A través de esta imagen nuestra fe nos invita a contemplar a Jesús lleno de poder, constituido por Dios Señor y Cristo, Rey de reyes y Señor de señores para siempre.  

Y Jesús recibe “una corona”: una última efusión de Espíritu Santo en su naturaleza humana – dimensión celeste -, que derramará en Pentecostés.

Los evangelios recogieron 3 alusiones de la Ascensión del Señor. Juan alude a este acontecimiento en la aparición a María Magdalena; san Marcos utiliza el dato para clausurar su evangelio; san Lucas lo coloca cerca de Betania. Pero es el libro de los Hechos de los Apóstoles donde contemplaremos la tradición más amplia, llena de recuerdos bíblicos sobre este momento grandioso en la vida de Jesús. Él ha resucitado, ahora sube al Padre.

Jesús se aparece en Jerusalén y en Galilea, a los apóstoles y a las mujeres fieles que le siguieron hasta el Calvario y su sepultura. Y tiene para todos un anuncio que nos repite hoy: “La paz sea con vosotros”.

Las apariciones de Jesús resucitado se nos presentan en dos formas: algunas son apariciones “de reconocimiento”, y otras “de misión”. Jesús es de otro mundo, él ha pasado al Padre, pero bondadosamente se dejará reconocer para hacer nacer la fe en su resurrección gloriosa.

En esta parte de la Pascua del Señor entramos en el terreno de la fe. Todos los acontecimientos que vamos a contemplar nos han sido “revelados” y conservados por la Tradición de la Iglesia de 20 siglos. El primero de ellos es “la Resurrección de Jesús”, enseñanza que nos entregaron los apóstoles testigos del sepulcro abierto y vacío y de las apariciones del Señor una vez que resucitó de entre los muertos.

Si bien podemos descubrir en la lectura de los Evangelios causas políticas, religiosas, sociales y culturales que llevaron a Jesús a la muerte, ésa no es la verdadera razón por la cual murió. Jesús había recibido del Padre la misión de establecer el Reinado de Dios destruyendo el reinado de las tinieblas, y dio su vida por amor a la voluntad del Padre y a sus hermanos.

Nos dice la carta a los Hebreos que Jesús fue como nosotros “en todo excepto en el pecado”. Por eso fue sepultado, para enseñarnos que hasta ese momento último comparte con nosotros. El Señor quiso correr hasta el final la suerte de todo ser humano.

A la muerte de Jesús, los Evangelistas Sinópticos narran cuatro fenómenos de la naturaleza que son portadores de una enseñanza: en ese momento trascendental en que el Hijo de Dios está siendo crucificado, la creación entera se conmueve. Y no sólo la naturaleza, sino los que se encuentran en aquel lugar, reconocerá que hay algo grande tras la muerte de “ese hombre justo”.

Los evangelistas han hecho una contemplación sobria de Jesús en la cruz, pero es muy rica en profundidad religiosa. Cada uno ha percibido un rasgo o detalle particular. Marcos y Mateo nos entregan a Jesús sintiendo un desamparo terrible porque cargando con el pecado del mundo se siente lejos de su Padre. San Lucas como siempre, nos recordará la misericordia de Jesús y su confianza al morir abrazado por Dios. La tradición de san Juan enseña la maternidad espiritual de la Santísima Virgen, y la donación del Espíritu Santo como culmen de la muerte de Jesús.

Jesús camina hacia el Calvario exhausto por la agonía, la vigilia, los ultrajes, la coronación de espinas y la deshidratación por la pérdida de su sangre. Está entregando poco a poco su vida. Y la entregará en el más cruel de los sacrificios: la crucifixión. Es el testimonio del amor, ahí está la grandeza de la cruz, en Jesús crucificado Dios manifiesta todo su amor a los hombres. Sólo hay que recibirlo, y dar gracias y alabarlo por tanto que hace por la humanidad pecadora.

En la tradición de san Juan, ante Pilato el Señor nos dará el testimonio de que Él es el Rey, pero no como los de este mundo. Él es el grande que se inclina ante el débil, el todopoderoso que se hace humilde para salvarnos. Ésa es la Verdad.

En este proceso de tinte político, las autoridades del judaísmo buscan que sean los romanos quienes quiten la vida a Jesús. Pero en realidad nos dirá un día san Pedro (Hch 2) es el designio y por el previo conocimiento de Dios.

El Sanedrín es el Consejo Supremo de los judíos, formado por Sumos Sacerdotes, ancianos, escribas y algunos fariseos. Eran la autoridad política, civil y religiosa de tiempos del Señor. Jesús es interrogado por ellos, en proceso totalmente irregular, con testigos falsos, con testimonios falsos. Él calla, no es necesario contestar más que en el momento necesario y afirmar que Él no es sólo el Mesías, sino el Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder, que vendrá sobre las nubes del cielo a instaurar el Reino de Dios. Ante esas palabras el Sanedrín toma la decisión de darle muerte. Pero no fueron ellos, fue la palabra de Jesús la que lo llevó a su muerte, porque Él es el Hijo de Dios, él lleva los acontecimientos de su pasión.

Este episodio es importante, los evangelistas no disimulan “la torpe pasta sobre la que nació la Iglesia”. Mientras Jesús está siendo interrogado y ultrajado Pedro niega conocer al Maestro ante la gentuza del palacio.  Él había jurado no dejar al Señor, ahora lo niega; pero la conversión conseguirá el perdón, y el punto de partida es una mirada de Jesús. Dejémonos mirar por Él, él quiere llevarnos al amor de Dios.

Anás era el suegro del Sumo Sacerdote Caifás, ahí es conducido Jesús para después ser enviado con Caifás y Pilato. Durante ese interrogatorio sobre su doctrina y sus discípulos, Jesús es ultrajado por los guardias del Sumo Sacerdote. Él es el Siervo de Yahvé que es “abofeteado”.

Jesús es entregado por Judas, y en su prendimiento intervienen las autoridades judías y las romanas. Es que Él se entregará en favor de todos. Pero que quede claro “nadie le quita la vida”,” Él se entrega voluntariamente” porque “ha llegado su hora”.

“La pasión de Jesús” comprende la serie de acontecimientos que van desde la oración en el huerto de Getsemaní hasta la sepultura.  Los evangelistas nos entregan lo sustancial de los hechos como hilos conductores que nos lleven a contemplar el misterio del dolor y el sufrimiento de Jesús que es el Siervo de Dios, que voluntariamente entrega su vida para redención de muchos. En Getsemaní Jesús sumido en el dolor y la angustia eleva su mirada al Padre. Todo se realizará como el Padre lo quiere, y eso es en definitiva lo que Jesús quiere.

En el último momento que nos presenta san Juan del ministerio público de Jesús, él se entrega totalmente al Padre en una oración confiada en la que busca la gloria de Dios. Y eliminado todo tinte de egoísmo pide por los suyos: por los que están ahí con él, y por los que van a creer por las palabras de aquellos. ¡Gracias Jesús por la entrega de tu vida!

En el capítulo 15 del Evangelio de san Juan encontraremos el segundo discurso de despedida. Una bella enseñanza en la que Jesús se presenta como la VID VERDADERA, el que tiene la vida, y a unirnos a él para poder dar fruto. Sólo hay que permanecer en Él.

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San Lucas, y sobre todo san Juan nos entregan en “los Discursos de Despedida” el testamento espiritual de Jesús a la manera bíblica. Él está por partir, pero deja sus enseñanzas como herencia: Sus discípulos deben amar como él ama, Él es el Camino para ir al Padre, es la Verdad y es la Vida. Se va, pero no los deja solos, les anuncia la venida de “otro” Paráclito: El Espíritu Santo que les enseñará y les hará comprender en profundidad todo lo que Jesús hizo y dijo.

Jesús anuncia a sus discípulos que algo va a sucederle, deben caminar a Jerusalén a pesar del peligro que esa subida representa. Pedro, impetuoso, asegura que él siempre le será fiel. Jesús le recuerda lo mismo que a nosotros: No bastan las fuerzas humanas para seguirlo, es necesario que Dios nos llene de su Espíritu Santo para guiarnos en el camino hacia la gloria a través de la cruz.

Jesús toma el pan, pronuncia la bendición, lo rompe y lo da a sus discípulos significando una realidad muy profunda: “Es su Cuerpo”, que será destrozado como sacrificio en favor de todos los hombres. Lo mismo hará con el vino, todos toman de la misma copa. Esa Sangre es el cumplimiento de la Alianza nueva que queda sellada en Jesús en favor de toda la humanidad para el perdón de los pecados.

La Institución de la Eucaristía fue realizada por Jesús la noche anterior a su pasión según nos transmiten los Evangelios Sinópticos y la 1ª Carta a los Corintios. Son textos que conservan lo esencial de la cena del Señor.  Jesús pronunciará una “palabra” que nos invita a poner la mirada en el momento definitivo de nuestra vida: el Banquete en el Reino de Dios. El camino será de dolor y de sacrificio muchas veces, pero la mirada puesta en el banquete celestial apremiará nuestra esperanza. Él es el Señor, y él nos invita.

Jesús eligió a Judas como al resto de los Doce; buscó librarlo de la decisión que había tomado de traicionarlo. Judas no es un instrumento ciego y material del destino, mucho menos del designio divino, sino que actuará con conocimiento humano y responsabilidad personal, y no aceptará la invitación a la conversión que en ese momento le ofrecía Jesús.

Narrado exclusivamente por san Juan, debemos preguntarnos ¿cuál es la intención doctrinal que tiene el evangelista al narrar este momento de la Cena del Señor? Jesús va a realizar un “signo”, una “acción simbólica” que tendrá un mensaje de importancia capital: Él, el Hijo eterno de Dios, se entrega en un servicio como de esclavo, “lavando” con su Sangre derramada en la cruz nuestras impurezas. Los discípulos de Jesús debemos imitar la conducta de nuestro Maestro y entregar nuestra vida en servicio por nuestros hermanos.

La Cena del Señor. El Señor y sus discípulos celebraron una cena ritual pascual judía, durante la cual Jesús agregó “palabras” y “gestos” que la enriquecerán con un nuevo sentido teológico: el banquete de la Antigua Alianza queda sustituido por la Cena Pascual de Jesús.

La Pascua Judía. Los hebreos adoptaron dos fiestas de primavera, la Pascua y los Ázimos. Cuando entraron en Canaán, ambas fiestas se fusionaron en una, imprimiéndole el recuerdo de la liberación de la esclavitud en Egipto. En la Pascua el pueblo de Jesús celebraba la grande fiesta de la liberación.

El Misterio de la Pascua del Señor comprende la Eucaristía, la Pasión y Muerte de Jesús y su gloriosa resurrección. Es el corazón de la obra salvífica realizada por Jesús.

Contemplaremos la última entrega de Jesús, entrega que empezó desde el momento de la Encarnación del Hijo de Dios y que fue realizando a lo largo de toda su vida.